Qué ver en Ninh Binh
Ninh Binh no es tan famosa como Halong Bay, pero tiene algo que la hace igual o más mágica: aquí la bahía es de arrozales, y las montañas emergen del suelo en vez de flotar sobre el mar. Menos ruido, más mística. Lo llaman la “bahía de Halong en tierra” y, aunque la comparación es inevitable, lo cierto es que Ninh Binh tiene su propio ritmo, más terrenal y tranquilo.
Te lo juro, es uno de esos sitios que no parecen reales. Remas en una barca con el sonido del agua y las aves, atraviesas túneles excavados por la naturaleza, visitas pagodas enclavadas en la piedra y ves cabras trepando por laderas imposibles. Si te gusta cuando Vietnam se pone en modo paisaje de película —de esas en las que hay más neblina que gente—, este es tu lugar.
Sueña
¿Y qué ver en Ninh Binh además de su versión de Halong Bay? Pues un mix perfecto: templos como Hoa Lu que te cuentan historias de emperadores, ríos como el Tam Coc que se recorren a golpe de remo (literal: reman con los pies), paisajes que parecen pinturas chinas y mausoleos donde te gustaría quedarte a vivir. Aquí, el viaje se hace lento, pero intenso.
Desde el primer pie que puse en Ninh Binh, supe que esto nada tenía que ver con todo lo que ya había visto de Vietnam. En un rincón tranquilo de la antigua capital de Hoa Lu, rodeados de montañas karst y arrozales que parecen pintados a pincel fino, los templos de los reyes Dinh y Le son una especie de cápsula del tiempo con tejados curvos, dragones tallados en piedra y ese silencio que pesa lo suficiente como para invitar al respeto.
Este lugar no es cualquier sitio que ver en Ninh Binh. Aquí se honra a dos de los grandes nombres de la historia vietnamita, Dinh Tien Hoang y Le Dai Hanh, reyes fundadores y estrategas que consolidaron el país tras siglos de caos.
Lo mejor es todo es sobrio, proporcionado, hecho con materiales locales y una estética que sigue las reglas de la arquitectura tradicional vietnamita. Pero hay detalles para fijarse: las puertas de madera labrada, los altares cargados de ofrendas, los bonsáis gigantes… es un equilibrio mágico.
Mari, agárrate, que subimos de nivel. Cuando te subes a la barquita, entiendes por qué es el absoluto impepinable que ver en Ninh Binh. Trang An es naturaleza en modo épico: canales rodeados de montañas kársticas, templos escondidos entre la jungla y cuevas que se atraviesan agachando la cabeza mientras el guía rema sin prisas. Nada de motor, solo el sonido del agua y el eco de las piedras. La sensación es entre mística y de videojuego nivel experto (por lo de esquivar coscorrones).
Pero lo que no te dice ninguna guía es lo que se siente cuando estás allí. Cuando los otros botes desaparecen de tu vista y te quedas a solas en ese paisaje sobrehumano. Hay momentos en los que te atraviesan la belleza y el silencio a la vez, y Trang An te regala varios a lo largo del trayecto. Es como si Vietnam bajara el volumen del mundo y te susurrara solo a ti.
El recorrido puede durar casi dos horas, pasando por grutas donde tienes que inclinarte hasta casi tumbarte, templos que aparecen en mitad de la nada y tramos tan estrechos que parece que el bote se vaya a quedar encajado. Y aún así, todo fluye con armonía. A cada tramo, el paisaje se reinventa: más denso, más salvaje, más de otro planeta. Es imposible no soltar un “guau” (o varios) aunque vayas sola.
Y si puedes elegir, ve a primera hora de la mañana o al final de la tarde. Con suerte, los rayos de sol se colarán entre la niebla baja, las montañas parecerán flotar y ese silencio, ese silencio casi sagrado, te lo llevarás tatuado en el recuerdo. Trang An no es solo una excursión; es una experiencia sensorial, emocional y visual que hace que todo el viaje a Vietnam ya valga la pena. Una confesión: hice una videollamada a mis padres porque no podía dejar de compartir ese milagro de la naturaleza con loque más quiero en este mundo…
Si te queda tiempo y fuerzas, en Tam Coc te puedes subir a la bici y apostar todo al verde, arrozales que brillan con el sol, caminos estrechos entre búfalos, señoras con sombrero cónico y niños saludando desde la cuneta. La bici no es solo un medio de transporte: es la excusa perfecta para parar, respirar y ver cómo es la vida rural en Vietnam sin filtros ni vitrinas.
Ojo, que si vas en temporada de lotos, el paisaje se vuelve aún más surrealista. Campos salpicados de flores rosas gigantes, agua en calma, y un olor dulce y fresco que acompaña el pedaleo. No hace falta ser ciclista ni ir en grupo: aquí todo invita a ir a tu ritmo.
Y si te gusta el barullito, Chinh Lan es de esas calles que tienes que ver en Ninh Binh, donde todo pasa al mismo tiempo. Motos, niños saliendo del cole, carritos vendiendo caña de azúcar prensada, y templos pequeños escondidos entre edificios. Tiene ese punto de caos organizado que te hace sentir dentro, no fuera. Andarla es entender mejor qué es Vietnam más allá del turismo: una mezcla deliciosa de ruido, colores y momentos cotidianos que merecen ser vividos sin prisa.
📍 Cómo moverse:
Ninh Binh es campo, arrozales y barquitas… así que la mejor forma de moverte es en moto o bici para perderte por los caminos entre montañas kársticas. Las bicis suelen venir con tu alojamiento, y si no, se alquilan fácil. Para trayectos largos o si no te apetece pedalear bajo el sol, Grab o taxi también funcionan bien. Ah, y por supuesto: el plan estrella es subirte a una barca a remo en Tam Coc o Trang An.
💡 Mejor momento para visitarla:
El amanecer en Ninh Binh es puro Vietnam en cámara lenta: niebla baja, arrozales dorados y montañas saliendo entre las nubes. Si puedes, madruga y aprovecha las primeras horas para visitar miradores o templos con calma. Y el atardecer desde Mua Cave es un clásico por algo: 500 escalones y una panorámica que se queda contigo.
Dormir en Ninh Binh es otro planazo si eliges bien, y Emeralda Tam Coc Resort es ese sitio que convierte tu descanso en parte del viaje. Rodeado de arrozales y montañas, este hotel es como quedarse a dormir dentro de una postal vietnamita y unos de mis favoritos de todo el viaje. Arquitectura tradicional, jardines cuidados, estanques tranquilos y una piscina con vistas que invita a no salir nunca. No estás en un alojamiento, estás en un oasis.
Las habitaciones combinan lo rústico con lo cómodo: madera, textiles naturales y una calma total que hace que dormir aquí sea casi una meditación. Además, estás a un salto de Tam Coc y otras joyitas de la zona, pero sin el ruido ni el ajetreo. Ideal si buscas algo más especial que el típico guesthouse, sin renunciar a estar conectado con la esencia del lugar. Y si te pueden dar una de las habitaciones que hacen esquina, tendrás templos y barquitas todo junto desde tu cama.
Te dejo enlace aquí para que reserves esta maravilla con vistas
0km Restaurant
En realidad hay muchos sitios ricos, pero 0km Restaurant es de esos donde todo encaja: comida casera, precios honestos y ese ambiente relajado que te hace quedarte más rato del previsto. Está gestionado por una familia local encantadora, y el nombre no es postureo: muchos ingredientes vienen literalmente del huerto de al lado o del campo de la tía. Te reciben como si fueras de casa y cocinan como si fueras de la familia.
Aquí lo típico brilla: el goi cuon (rollitos frescos) es ligero y sabroso, el cá kho tộ (pescado caramelizado) se deshace en la boca, y el arroz con vegetales del día tiene ese sabor que solo da el producto recién recogido. Y si te apetece algo más local aún, pregunta por los platos fuera de carta: a veces tienen delicias de temporada que no encontrarás en ningún menú turístico. Sabor de verdad, sin florituras.
Emeralda Tam Coc Resort – Restaurante
Si decides alojarte en el Emeralda Tam Coc Resort, no te pierdas su restaurante, porque es mucho más que el típico “comer en el hotel por comodidad”. Aquí la cocina es una extensión del paisaje: cuidada, con ingredientes fresquísimos y una presentación que entra por los ojos pero sin perder raíces. El comedor tiene vistas al jardín y al estanque, y de noche, con las velas encendidas y el murmullo del agua, el ambiente es casi mágico.
En la carta encontrarás especialidades vietnamitas con un puntito más refinado: desde bun cha con carne a la brasa hasta pescados al vapor con jengibre o tofu con salsa de tamarindo. El desayuno también es para apuntarlo, con fruta tropical recién cortada, panecillos calientes y café fuerte como debe ser. Comer aquí es prolongar esa sensación de calma que el resort transmite, pero con el plus de una cocina que se toma su tiempo… y lo merece.
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