República Checa
Mi primera vez en República Checa fue hace más de una década, en esa clásica ruta mochilera de centroeuropa (solo que con mis padres): Praga, Viena y Budapest. Lo típico. Lo que no fue tan típico fue lo que me encontré: una ciudad de cuento que no parecía real, cerveza más barata que el agua y un ambiente que, en aquel entonces, todavía no había explotado en Instagram.
Volver ahora ha sido como reencontrarte con un viejo amor que se ha hecho famoso. Sí, está más petado, los codazos para hacer la foto del Puente de Carlos son parte del pack, y el castillo ya no se ve solo desde lejos, sino también desde todos los ángulos posibles en TikTok.
¿La buena noticia? Como siempre, vengo con trucos bajo la suela para esquivar las multitudes y encontrar esa Praga (y esa República Checa) que sigue teniendo alma. Porque más allá de la capital, este país está lleno de rincones que parecen sacados de una postal: pueblos que no salen en las guías, castillos que no te caben en la foto, y rutas naturales donde la única banda sonora son tus pasos.
República Checa sigue siendo ese destino que mezcla historia, belleza y cerveza (mucha cerveza), con un ritmo más tranquilo y precios que no duelen.
