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Montmartre, lo más de París

Montmartre no es solo un barrio de París: es una colina con memoria y una aldea bohemia. Aquí vivieron y pintaron Renoir, Picasso y Toulouse-Lautrec, pero también se desayuna como en cualquier barrio de París, se compra el pan, se suben escaleras con bolsas en la mano. El Sacré-Cœur puede ser su cumbre, pero la verdadera magia está abajo: en sus callejones silenciosos y en las fachadas cubiertas de hiedra.

Y sí, claro, Amélie está en cada rincón. La verás sin buscarla: en el Café des Deux Moulins donde servía crème brûlée, en el mercado donde va a comprar fruta para su vecino, o simplemente en el ambiente, porque Montmartre se parece a su película como pocos lugares se parecen a su mito. Aquí una camina más lento, se vuelve un poco más curiosa, más sensible a los detalles. Es el único barrio de París donde se puede estar sola y no sentirse sola. Y si prestás atención, quizá alguien te devuelva la cartera sin decir nada, solo porque le pareció lo correcto. Como haría Amélie.

Qué ver en Montmartre

Además del Sacré-Cœur, con sus vistas de infarto sobre París y su interior de mármol, no te pierdas la Place du Tertre, donde aún hoy los artistas montan sus caballetes al aire libre como si los años no hubieran pasado. Bajando por sus callejuelas te encontrarás con el Moulin de la Galette, un antiguo molino convertido en restaurante, o con el mur des je t’aime, donde “te amo” se repite en todos los idiomas del mundo. No olvides buscar el Passe-Muraille, un hombre que atraviesa una pared como si fuera niebla, o asomarte al viñedo de Clos Montmartre, que parece olvidado entre tanta postal. Montmartre es el lugar donde París se vuelve más íntimo, más humano y un poco más mágico

Por cierto, si quieres una primera aproximación, aquí te dejo un Free Tour (ya sabes, propina sugerida) para que lo bichees sin tener que leer mucho.

Los más turísticos

Sacré-Coeur

El Sacré-Cœur es la corona blanca de París, en toda la cima de Montmartre como si vigilara la ciudad. Desde su explanada, la vista parece infinita: tejados, cúpulas, chimeneas, todo un París extendido como maqueta viva. Pero más allá de la postal está el silencio. El interior del Sacré-Cœur, muchas veces ignorado por la prisa o las multitudes, es un espacio íntimo, con mosaicos dorados que parecen respirar luz. Si entrás cuando canta el coro, te atraviesa algo que no tiene que ver con religión, sino con belleza pura.

Lo que pocos saben es que esta basílica fue construida como promesa después de tiempos oscuros, una especie de ofrenda tras la guerra franco-prusiana y la Comuna de París. Por eso, más que devoción, el Sacré-Cœur tiene algo de compromiso, de cicatriz convertida en arte. Subas por escaleras o en funicular, cuando llegues arriba lo vas a entender.

Le mur des je t’aime: amor, pero del bueno

En Montmartre hay un muro donde pone “te quiero” en más de 300 idiomas. Podría parecer una trampa para turistas —bueno, en realidad lo es—, pero si vas a primera hora, cuando no hay nadie abrazado delante, tiene algo. Un algo. No el amor romántico de postal, sino ese recuerdo de que, al final, todos decimos lo mismo aunque lo digamos distinto.

No esperes fuegos artificiales. Es pequeño, está en un jardincito escondido junto a la Place des Abbesses, y probablemente lo mires dos minutos y sigas andando. Pero si estás en esa fase de la vida en la que te dices “a mí nadie me cuenta lo que es el amor”, igual te hace gracia plantarte ahí y ver cuántos idiomas entiendes. O cuántos te faltan por vivir.

Café des Deux Moulins (el bar de Amélie, obvio)

El Café des Deux Moulins no es solo un café, es un pedacito del universo de Amélie Poulain, ese lugar donde todo parece posible y donde las cucharillas suenan con delicadeza. En la esquina de la Rue Lepic y la Rue Cauchois, este café de barrio se volvió inmortal gracias a Le Fabuleux Destin d’Amélie Poulain, y aún hoy conserva ese aire de película francesa que mezcla lo cotidiano con lo fantástico. 

Aunque el fotomatón ya no está y el tabaco dejó de venderse, el espíritu sigue vivo en cada rincón: en los espejos, en la barra roja, en la carta que ahora incluye crème brûlée «como Amélie». Y si te sientas junto a la ventana, con un café y el corazón tranquilo, es posible que sientas, por un momento, que la vida también puede ser tan poética como una escena de Jeunet.

Menos conocidos

Carmel de Montmartre

Y vamos con lo menos conocido que ver en Montmartre. Escondido en una colina donde todo es arte, ruido, escaleras y turistas, el Carmel de Montmartre es un regalito. Este convento de carmelitas descalzas, aún en funcionamiento, es uno de los espacios más silenciosos de todo París, y probablemente uno de los menos conocidos del barrio. Fundado en 1928 sobre los restos de una antigua abadía benedictina, su iglesia, sencilla por fuera, guarda una intimidad conmovedora.

Lo más bello del Carmel es que está abierto al que se acerque con respeto: no hace falta ser creyente para apreciar el recogimiento, la arquitectura sobria y la sensación de pausa que regala este lugar. A veces, en pleno bullicio de Montmartre, lo único que uno necesita es un momento para respirar. Y el Carmel, aunque casi nadie lo sepa, te lo ofrece. 

Rue de l’Abreuvoir

No es que sea un impepinable que ver en Montmartre, es que si el barrio fuera una película, la Rue de l’Abreuvoir sería su escena final: melancólica, encantadora y bañada en luz suave. Esta calle curva, adoquinada y enmarcada por fachadas cubiertas de verde, remata con el dome blanco del Sacré-Cœur para coronar la vista. Es una de las calles más antiguas del barrio (mencionada ya en el siglo XIV) y aún guarda ese aire de aldea que Montmartre tenía antes de ser París.

Rue de l’Abreuvoir no es solo un paseo bonito, es una pausa para bajar el ritmo, respirar hondo y entender por qué tantos artistas se quedaron en Montmartre. Porque hay lugares que no se recorren, se sienten. Y esta calle es uno de ellos.

La Maison Rose

La Maison Rose es mucho más que un café bonito que acapara las redes sociales: es un pedazo de historia artística con fachada rosa pastel que ha detenido el tiempo. En esta esquina perfecta de Montmartre, sobre la Rue de l’Abreuvoir, se cruzaban Picasso, Modigliani y Utrillo, y hoy se cruzan turistas, locales y soñadores en busca de belleza sin filtros. Pese a su fama instagramera, este rincón sigue conservando un encanto auténtico cuando está casi vacío. Si tienes tiempo, al menos inténtalo.

Clos Montmartre

¿Qué ver en Montmartre menos común? el viñedo secreto del barrio, activo desde 1933.

Entre callejuelas empinadas y murales de artistas, el Clos Montmartre acoge un viñedo en funcionamiento en medio de París. Plantado en 1933 como gesto simbólico para preservar el alma bohemia del barrio, este pequeño terreno cuenta con más de 1700 vides que producen un vino local exclusivo (y, dicen, bastante peleón). Aunque no se puede visitar libremente, cada octubre durante la Fête des Vendanges abre sus puertas y se celebra con bailes, desfiles y botellas decoradas por artistas. 

Moulin de la Galette

Es fácil pasar de largo sin saberlo, pero ahí está: el Moulin de la Galette, uno de los últimos molinos auténticos que quedan en Montmartre, colgado sobre una terraza verde, casi oculto entre árboles y fachadas. En el siglo XIX, era una guinguette alegre, un lugar de baile, vino barato y luz dorada donde se reunían los parisinos a vivir sin reloj. Y allí, entre risas y música, se instaló Renoir para pintar una de sus obras más conocidas: Le Bal du Moulin de la Galette, que capturó para siempre la efervescencia de esos domingos de ocio en el corazón obrero y bohemio de París.

Hoy el molino está en manos privadas, pero puedes verlo desde la Rue Lepic e incluso reservar en el restaurante que lleva su nombre. Y aunque ya no gira como antes, sigue siendo símbolo de un barrio donde el arte y la vida se mezclaron entre copa y copa, entre pincel y canción.

Le Passe-Muraille

Otra de las cosas desconocidas que ver en Montmartre, es la estatua del hombre que atraviesa la pared, basada en el cuento de Marcel Aymé. Que si no estuviera aquí estaría fijo en el Barrio Latino

En una placita tranquila de Montmartre, justo detrás de la Place Marcel Aymé, hay una figura medio saliendo de la pared, como si se hubiera quedado atrapado entre dos dimensiones. Es Le Passe-Muraille, el hombre que atraviesa muros, un personaje salido de un cuento del propio Marcel Aymé, escritor y vecino del barrio. En su historia, un funcionario parisino descubre que tiene el don de cruzar paredes… hasta que un día se le acaba la magia y se queda, como esta estatua, a medio camino.

La escultura es obra de Jean Marais, actor y artista, y se ha convertido en uno de esos secretos que solo se encuentran callejeando sin prisa. La gente le toca la mano (que brilla de tanto roce) como si fuera un amuleto, y hay quien deja notitas entre los ladrillos, porsi… yo es que soy muy educada y mi madre no me deja pintar paredes…

Cité Malesherbes: la calle privada que parece un decorado

No aparece en los mapas turísticos ni en los posts de “qué ver en París en 4 días”, y tiene una razón: es privada. Pero si pillas la verja abierta —cosa que pasa más seguido de lo que creés—, entrá sin pensarlo. La Cité Malesherbes, en el 9º arrondissement, es una calle-residencia que parece sacada de una película de Wes Anderson: fachadas pintadas, detalles modernistas, balcones que desafían la gravedad y ese aire de “esto solo lo ves si vives aquí, o te asomas con la puerta abierta”.

A mitad de calle hay una fachada pintada que te deja clavado. Es tan teatral que cuesta creer que alguien viva ahí y baje cada día a tirar la basura sin sentirse parte de un decorado. No hagas ruido, no te pares con el trípode, y sobre todo no digas que te mandé yo. Esto es uno de esos lugares que te regala París si vas mirando como se debe: con atención, sin prisa, y con un poco de cara dura.

Dónde dormir en París

Dormir en París es mu bonito… sobre el papel. Porque luego o te dejas un riñón por una habitación monísima, o acabas en una buhardilla sin ascensor, con ducha portátil y vistas a un patio triste. Total, que empecé a probar con HomeExchange y, ojo, un antes y un después. Casas reales de parisinos, en barrios con vidilla, sin pagar por noche. A veces cambias tu casa, otras tiras de guestpoints, y listo. Sin movidas raras, sin compartir cama con nadie que no conozcas, y sintiéndote parte de la ciudad.

¿Quieres probar? Te registras desde este enlace, te dan puntos (a mí también, gracias de antemano), subes tu perfil con tu casa —aunque sea humilde— y empiezas a buscar. En París hay verdaderas joyas: pisos con suelos de madera, cocinas de las que dan ganas de aprender a cocinar y balconcitos con encanto. Yo ya no duermo de otra forma, la verdad.

¿Que prefieres hotel? Pues también se puede, claro. Aquí te dejo un mapa con los mejores de la zona. Pero hazme caso, que tengan mínimo un 7/10 de puntuación, que París tiene glamour, sí, pero también cada “antro” disfrazao que te deja tiesa y sin dormir.

Si tienes alguna duda o quieres que te personalice el viaje ¡contáctame para lo que necesites!

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