Qué hacer en Lanzarote
Lanzarote es esa isla donde los volcanes presumen y el mar se cuela en cada esquina (literal). Con lo que me hipnotizan los cráteres desde que vi el Fuji en Japón, y con lo que me gusta un buceo con tiburones… me pregunto cómo he tardado tanto en venir. Aquí lo tienes todo junto: tierra blanca y negra, mares transparentes y una energía que parece de otro planeta. En cierto modo, me he sentido como en casa…
Lanzarote no parece de este mundo. Las erupciones del siglo XVIII arrasaron pueblos enteros y dieron forma al Parque Nacional de Timanfaya, donde la lava petrificada sigue pareciendo recién salida del horno. Y luego está César Manrique, el artista que entendió mejor que nadie esta isla y supo unir naturaleza y arquitectura en un tándem que la hace única.
Entre volcanes, cuevas, playas y vinos únicos, Lanzarote me ha parecido un escenario surrealista que bien merece un paseo.
El trío perfecto
Tras mi escapada te traigo una guía con lo mejor que hacer en Lanzarote (según yo): desde el fuego eterno de Timanfaya hasta las calas escondidas del sur, pasando por pueblos blancos, rutas de senderismo entre cráteres y rincones submarinos que te dejan sin aliento. Prepárate, porque Lanzarote amenaza con convertirse en mi escapada anual obligatoria junto con Italia.
Una maravilla gratuita y abierta 24h, la ciudad estratificada es uno de mis impepinables que hacer en Lanzarote. Es más, puedes aparcar justo al lado de la carretera y ya está ahí, en tus narices.
En realidad se trata de una antigua cantera de extracción de áridos que, con el paso del tiempo y la erosión, ha dejado al descubierto capas de ceniza volcánica de diferentes colores. El resultado es un paisaje surrealista de paredes negras, grises, ocres y blancas que parecen contar, en directo, la historia geológica de la isla. Es como caminar por un pastel de capas… pero a lo bruto y con siglos de historia en cada corte.
Lo mejor de todo es que no está masificado: puedes recorrer los senderos con calma, subirte a miradores improvisados y sentirte como un explorador en un escenario postapocalíptico. Es simplemente brutal la Ciudad Estratificada es un recordatorio de lo increíblemente creativa que puede ser la tierra cuando se enciende y se enfría a su propio ritmo. Es arte puro de la naturaleza.
Otro de los paisajes que te dejan con la boca abierta es La Geria.
Imagina extensiones infinitas de ceniza volcánica, cada hoyo cavado a mano y protegido por semicírculos de piedra. Y dentro, la vid, creciendo contra todo pronóstico en un suelo que parece extraterrestre. Es un ingenio agrícola tan loco como brillante: aprovechar la ceniza para retener la humedad y proteger las raíces del viento. El resultado son esos viñedos únicos en el mundo que, de lejos, parecen otra obra de arte.
Y claro, aquí no todo es mirar: también toca probar. Los vinos de Lanzarote, especialmente la malvasía volcánica, tienen un sabor que no se te olvida. Es como beberte la isla: mineral, fresco, con un puntito que recuerda al paisaje negro donde nacen. Hay bodegas pequeñas y familiares que abren sus puertas para catar entre barricas, y te prometo que salir de allí sin comprar una botella es misión imposible.
Y no os tengo que contar a estas altura que soy de vino… pero para los que no seáis tanto, que sepáis que algunos son muy suavitos y dulces. No te vayas sin probar, que es como ir pa’ ná.
Imagina una laguna verde fosforito en medio de un cráter volcánico, con la arena negra del Charco de los Clicos y el Atlántico rompiendo al lado. Ojalá no seas capaz de imaginarlo, porque es algo que tienes que hacer en Lanzarote por narices. En serio, la mezcla de colores es tan surrealista que cuesta creer que no haya Photoshop de por medio. El tono verde viene de unas algas microscópicas que viven a gusto en esas aguas, y lo convierten en una de las postales más famosas de Lanzarote. Por supuesto, nada de bajar y tocar…
La visita no tiene pérdida (excepto para mí): está en El Golfo, un pueblito pesquero donde además puedes ponerte fino a pescado fresco. Hay un mirador habilitado para ver el lago desde arriba (bañarse está prohibidísimo, de verdad), y la mejor luz la pillas a media mañana o al atardecer, cuando el contraste entre el verde, el negro y el azul del mar explota de verdad.
Yo, que he ido dos veces a las Antípodas pero tengo la brújula en otro planeta, me planté en esta otra «laguna verde», a medio camino entre la verdadera y Los Hervideros. Mira que incluso nublada me pareció bonita…
Es cierto que el verde se veía más por un lado que por otro, pero volando el dron (que aquí sí se podía) pude ver el verdadero contraste. Así que si vas con tiempo, es que además te pilla a medio camino y sigue siendo gratis y con muuuucha menos gente.
Los Hervideros son uno de los paisajes más espectaculares de Lanzarote, donde la lava y el Atlántico se unieron para dar forma a un rincón único. Durante las erupciones volcánicas, los ríos de magma alcanzaron el mar y se solidificaron al instante. ¿Resultado? un laberinto de acantilados, cuevas y formas imposibles que hoy parecen esculpidas a mano. Un escenario salvaje y ruidoso que impresiona a la vez que asusta un poquitito cuando te asomas…
El nombre de Los Hervideros viene del espectáculo que ofrece el océano cuando está bravo: las olas se cuelan con fuerza por los túneles de lava y estallan en espuma blanca que parece hervir bajo los miradores naturales. Una vez más, es gratis, abierto 24 horas y no hace falta que te diga que además de precaución te lleves un puñado de respeto.
La Montaña Colorada es justo eso: un volcán que parece pintado con acuarelas rojas, naranjas y ocres, para destacar entre sus vecinos más oscuros del Parque Nacional de Timanfaya. La rodea un sendero circular facilito (unos 4 km), perfecto para hacer a pie sin prisas, mientras ves cómo las coladas de lava se mezclan con esos tonos rojizos tan brutales.
Lo más curioso es que en la falda de la montaña está la famosa “bomba volcánica” gigante, un pedrusco de más de 4 metros que salió disparado en una erupción y quedó allí plantado, para que cuando lo veas te acuerdes de dónde estás realmente. Es uno de esos paseos que parecen sacados de Marte, pero solo necesitas zapas cómodas y ganas de flipar. Eso sí, el acceso a la bomba ya no está permitido… con las ganas que tenía de abrazarla…
Luis de OkLanzarote fue tajante con qué hacer en Lanzarote y su pasión por su isla me convenció al instante para hacer la excursión con ellos. El Parque Nacional de Timanfaya es como plantarte en otro planeta más que en cualquier otro sitio de la isla. Más de 50 km² de volcanes, cráteres y mares de lava que nacieron de las erupciones entre 1730 y 1736, las más brutales de la historia reciente de España. Seis años enteros de fuego, humo y destrucción que cubrieron un tercio de la isla y obligaron a miles de lanzaroteños a emigrar porque literalmente no quedaba nada cultivable. Fue tan caótico que el propio gobierno prohibió el desalojo de la isla por miedo a ser despoblada.
Hoy, ese apocalipsis se ha convertido en uno de los paisajes más alucinantes de Canarias: un desierto de colores imposibles (negros, rojos, naranjas, grises) que parece sacado de Marte, pero con cabras y camellos incluidos.
La visita tiene truco: no puedes moverte por libre dentro del parque, solo en la Ruta de los Volcanes y por eso yo decidí irme con Luis. Y ojo al show, porque aquí el salseo está servido: te hacen demostraciones de cómo la tierra sigue ardiendo bajo tus pies, tiran ramas que prenden fuego en segundos y echan agua en tubos que explotan como géiseres. Todo para recordarte que bajo esa superficie sigue habiendo calorazo. Si quieres más acción, puedes recorrerlo en camello (muy turístico pero curioso) o apuntarte a los senderos guiados de Tremesana y Litoral, que son la joya escondida para andar entre coladas de lava con cero agobio de gente.
Timanfaya no es solo un “must” de Lanzarote: es el motivo por el que muchos viajeros, como yo, nos declaramos volcanófilos sin remedio.
Zapatip: el Parque Nacional de Timanfaya abre todos los días y si no quieres comerte una cola kilométrica de coches en la entrada y quieres además enterarte de todos los salseos, te recomiendo hacer el tour con OK Lanzarote
La Cueva de los Verdes es uno de esos lugares donde la naturaleza y el salseo histórico se mezclan a lo grande. Forma parte del tubo volcánico del volcán de La Corona, y caminar por sus pasadizos iluminados parece adentrarse en las entrañas de la isla. Las formas retorcidas de la lava, los colores rojizos, ocres y negros en las paredes, y esa sensación de “estar en Mordor pero versión Canaria” hacen que la visita sea mucho más que una excursión subterránea.
Lo curioso es que durante siglos estas cuevas no fueron solo un espectáculo geológico, sino también refugio: los habitantes de Lanzarote se escondían aquí cuando piratas berberiscos venían a saquear la isla. Hoy, en lugar de corsarios, lo que encontrarás es un recorrido guiado de unos 45 minutos que acaba en un auditorio natural con una acústica brutal. Es de esos sitios que, aunque hayas visto mil fotos, te sorprenden igual cuando estás dentro.
Hay pocas cosas tan memorables como dejarte llevar por el mar al caer la tarde acompañada de alguien que conoce estas aguas como si fueran su segundo hogar. El Arual, ese barco maravilloso, es de los mejores en los que he estado: la cubierta de madera, los espacios amplios, cuida cada detalle para que el viaje no parezca turismo sino experiencia.
Alicia, que estudió volcanes de las islas en la universidad, te va susurrando historias sobre cada saliente de roca, cada flujo de lava que toca el agua, cada marea que ha modelado esa costa que parece escultura. Y su pareja, con treinta años navegando aquí, sabe leer el viento, la luz y las corrientes para colocarte siempre en el mejor encuadre posible. Confía en Paco, además de manitas es súper patrón. Y digo lo de manitas porque cada rincón lo ha «transformado» él con sus manos. Es todo un artista polifacético.
Durante el paseo se abren planes que parecen sacados de catálogo viajero: degustaciones de productos locales justo cuando estás flotando entre aguas transparentes; paddle boards para remar suave al ralentí; colchonetas para estirarte sobre la superficie y mirar al cielo que se enciende de colores; y equipo de snorkel para zambullirte en cuevas marítimas escondidas, ver peces de colores, corales volcánicos y hasta rayas que rozan tus dedos. Todo sin prisas, sin multitudes cercanas, solo tú, el mar, la atención de los capitanes y ese mareo de felicidad.
Y uno de los atardeceres más impresionantes de tu vida lo verás desde el Arual: cuando el sol cae y pinta el cielo de rosa, naranja y púrpura, reflejándose en el agua tranquila que Paco sabrá encontrar. No temas ni por las olas, ni el frío, necesitar el baño… el barco está perfectamente equipado (hasta ducha de agua caliente fuera) en serio, otro nivel que como muchos clientes dicen «vale cada penique».
Si quieres más info, puedes mirar Aural Experience para fechas, precios y rutas exactas, pero te lo digo ya: si haces este paseo, se te va a quedar grabado para toda la vida.
Entre tanto volcán y paisaje lunar, Lanzarote también tiene joyitas en forma de pueblos que merece la pena explorar. Desde Arrecife, con su charco marinero y el castillo plantado en medio del mar, hasta Punta Mujeres, ese rinconcito costero con piscinas naturales donde se bañan más lagartos que turistas. También está la histórica Teguise, antigua capital colonial que hoy es un caramelito de callejuelas empedradas y mercadillos domingueros, y la impecable Yaiza, que siempre gana el premio al “más bonito” con sus casitas de postal y su aire de frontera con el Timanfaya.
Son paradas cortitas, perfectas para bajar el ritmo entre excursión y excursión volcánica. Si quieres el detalle de cada uno —qué ver, dónde comer y hasta dónde encontrar mojo de campeonato— te lo dejo todo desmenuzado en este otro artículo de pueblitos de Lanzarote.
En Lanzarote no solo hay volcanes: sus playas son otro planazo imprescindible y además las hay para todos los gustos. Desde la reina indiscutible, Papagayo, con su bahía turquesa escondida tras una pista de tierra, hasta la salvaje Famara, kilométrica, ventosa y vigilada por acantilados que quitan el hipo (y perfecta para surfistas). Si buscas autenticidad local, Guacimeta es tu sitio: arena dorada, cero postureo y aviones pasando bajito mientras tú tomas el sol. Y para un baño diferente, nada como Punta Mujeres, con sus piscinas naturales frente al Atlántico que parecen un spa salvaje.
Cada una tiene su encanto y todas merecen al menos una parada, pero para no alargarme más, te dejo aquí el artículo completo de playas de Lanzarote, donde las destripo con consejos, trucos zapas y todo lo que necesitas para elegir tu favorita.
Si hay un sitio donde el buceo se convierte en experiencia marciana, es Lanzarote.
Bajo estas aguas volcánicas no solo encuentras bancos de peces y paisajes submarinos de otro mundo, también joyitas únicas como el Museo Atlántico, el primer museo subacuático de Europa, con esculturas que parecen vigilarte desde el fondo como si fueran guardianes de otra dimensión. Y ojo, que en Playa Flamingo puedes encontrarte con el mítico angelote, un tiburón inofensivo que se camufla como ninja en la arena y te hace sentir como si fueras parte de un documental. ¡Y está al lado de mi centro de buceo!
Yo lo tengo clarísimo: si vas a lanzarte al azul, hazlo con Bonito Diving. No solo porque son los mejores en la isla, sino porque saben acompañarte con esa mezcla de seguridad y buen rollo que hace que cada inmersión sea un recuerdo épico. Tanto si es tu primera vez con bombona como si ya llevas más inmersiones que cafés, aquí el buceo en Lanzarote es un must de tu viaje.
Bucear en Lanzarote es de esas cosas que no se olvidan: volcanes sumergidos, esculturas que parecen cobrar vida, tiburones angelotes que pasan a tu lado como si nada y paisajes submarinos que parecen sacados de otro planeta. No importa si eres principiante o ya llevas medio océano a la espalda (gracias, por cierto, Marius, por la foto de mi amigo el pulpo), aquí siempre hay un rincón que te va a dejar con la boca abierta (y la máscara empañada).
Y ya lo sabes: con Bonito Diving como base, solo tienes que preocuparte de disfrutar y dejar que el Atlántico haga su magia.
Ya te lo digo: Lanzarote no solo se recorre, también se saborea. Entre tanta lava, playa salvaje y pueblo de postal, siempre hay un momento en el que toca reponer fuerzas con pescadito fresco, papas arrugadas y mojos que deberían estar catalogados como patrimonio de la humanidad. La isla tiene de todo: desde los míticos teleclub donde come la gente de aquí, hasta restaurantes creativos que le dan una vuelta gourmet al producto local.
Como el tema da para ponerse las botas (literal), he preparado un artículo aparte con mis sitios favoritos y trucos para no acabar en un “atrápaturistas”. Te lo dejo aquí: Dónde comer en Lanzarote.
Dormir en Lanzarote puede ser todo lo cómodo o todo lo auténtico que quieras. Y yo, que ya me conocéis, cada vez que puedo tiro de HomeExchange. La idea es sencilla: te registras, montas tu perfil y cuando te animas, solicitas un intercambio (puede ser simultáneo o no). Son casas reales, de gente real, donde te reciben más por simpatía que por puntuaciones. Y lo mejor: viajas como local, sin que nadie te mire raro, con vecinos que te saludan como si fueras de toda la vida, y con todas las comodidades porque la familia vive ahí en realidad. Vamos, que no es el típico alojamiento impersonal: aquí a veces hasta heredas mascota por unos días 🫶🏿.
La plataforma lleva más de 30 años funcionando en más de 240 países, así que es de fiar. Si quieres probar, te dejo mi enlace con regalito: a ti te dan puntos extra por registrarte y a mí también (win-win total).si necesitas que te monte la ruta alquien que sabe lo que hace, escríbeme aquí 🙂
Sígueme en Instagram y Facebook para estar al día de todo 😉